LOS COLORES DEL MAÍZ

Agrobiodiversidad campesina del maíz en el Ecuador

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5 Oct, 2020

PLANTAS Y ANIMALES

Javier Carrera

Ecuador

Al recorrer las carreteras del Ecuador, el maíz es un compañero habitual de ruta durante la mayor parte del año. Puede tratarse de pequeños campos junto a casas campesinas o de parches de cultivo en la ladera de las montañas. Y, en algunas zonas, de decenas de hectáreas de monocultivo.

Este artículo se publicó originalmente como parte del libro:  Cantero, P. (2009). Zara Llacta: El libro del maíz. Quito: Ministerio de Cultura y Patrimonio.

Al recorrer las carreteras del Ecuador, el maíz es un compañero habitual de ruta durante la mayor parte del año. Puede tratarse de pequeños campos junto a casas campesinas o de parches de cultivo en la ladera de las montañas. Y, en algunas zonas, de decenas de hectáreas de monocultivo.

Tan solo unas décadas atrás esos campos distaban mucho de ser homogéneos. El maíz se combinaba con otras plantas, en restallidos de color habitados por nubes de insectos y aves. Cada campo de cultivo era, para quien observara con atención, ligeramente diferente: plantas de distintos tamaños, formas, niveles de producción, ciclos de cultivo. Ecuador era uno de los mayores centros de diversidad de maíz en el mundo.

Hoy en día, el manto gris de la uniformidad ha cubierto ya buena parte de los campos ecuatorianos. La formidable agrobiodiversidad está siendo reemplazada por un puñado de variedades de laboratorio. Bajo este manto, una serie de problemáticas han aparecido y se han agudizado en los últimos años: contaminación de las fuentes de agua, erosión, pérdida de fertilidad del suelo, desaparición de la diversidad silvestre que acompañaba y protegía a los cultivos, efectos negativos de largo plazo en la salud de productores y consumidores, alimentos de bajo contenido nutricional, pérdida de procesos culturales e identidad local, empobrecimiento del sector campesino, economía orientada al extractivismo a ultranza que favorece a pocos y empobrece al resto. 

Las variedades campesinas son esenciales para el futuro del maíz, para su producción orgánica y para el consumo sano. Sin ellas, no se puede construir Soberanía Alimentaria. Sí, hemos perdido ya un enorme porcentaje de la diversidad maicera, pero aún estamos a tiempo de salvar el tesoro invaluable que nos queda. Para ello, en primer lugar, tenemos que comprender el significado, los alcances y la importancia de esa diversidad. Debemos también abrir los ojos a la realidad y admitir que la situación actual del cultivo monocromático es insostenible. Y darnos cuenta de que, como espero demostrar con un ejemplo particular del cultivo en Loja, el maíz campesino puede ser una opción viable económicamente, un camino hacia una mejor forma de vida, para quienes producimos y para quienes nos alimentamos con el sagrado maíz.

Coloreando el maíz

Mucho antes de que la botánica intentara clasificar la sorprendente diversidad del maíz, sus creadores, los antiguos habitantes de México y los Andes, tenían ya sus propios sistemas de clasificación. Algunos han subsistido hasta hoy. El factor más importante, por ser el más vistoso, es el color. Hay zonas de la sierra ecuatoriana donde aún se escucha preguntar “y usted, ¿cuántos colores de maíz tiene?”.

Si esa pregunta la hicieran al Ecuador en general, la respuesta sería por demás complicada. Los hay amarillos brillantes, amarillos pálidos, blancos mate, blancos brillantes, negros, negros azulados, morados, azules pálidos, rojos resplandecientes, anaranjados. Y, por supuesto, los hay que combinan dos o más colores en una sola mazorca.

Incluso la estructura al interior de las mazorcas (llamada coloquialmente “tuza”) comparte esta diversidad: una vez despojadas de sus granos, podemos verlas blancas, amarillo-pálidas, rosadas, negras.

La forma de las mazorcas también varía, junto con su tamaño. Tenemos mazorcas pequeñas y casi redondas, que caben dentro de un puño abierto. Tenemos mazorcas gordas, largas de hasta 30 centímetros de longitud. Tenemos mazorcas que son regulares, como cilindros; otras son mucho más gruesas en la base que en la punta, dando una estructura cónica. Incluso la disposición de los granos varía: en algunas variedades es regular, como un desfile de granos. En otras, su disposición sigue un patrón claramente espiral. Y aun en otras la disposición es totalmente caótica. Hay variedades en las que la mazorca se cubre de grano de base a punta; otras tienen los últimos centímetros de la punta desprovistos de grano.

Las anteriores son algunas de las formas populares de clasificar al maíz. Pero la más importante de todas es, sin duda, la que toma en cuenta características estructurales del grano y, por ello, el tipo de uso al que está destinado. Siguiendo este patrón, encontramos en Ecuador el canguil, el maíz suave, el mishca, el chulpi, el morocho, el morochillo y el maíz duro. Conozcamos más de ellos:

Canguil

Conocido internacionalmente como reventón. Sus granos son pequeños, formados por una capa exterior dura y un corazón suave. Cuando se calientan, el aire en su interior intenta expandirse, pero se topa con la barrera formada por la capa dura exterior. El aire se va acumulando, hasta que finalmente “explota”, inflando el suave corazón del grano en forma del canguil (palomita de maíz) que tan bien conocemos.

Existe un consenso entre los investigadores que señala al reventón como el tipo de maíz primordial, desarrollado en lo que hoy es México por campesinos hace 7.000 a 12.000 años. De él se derivarían todos los otros tipos de maíz, por adaptaciones locales a lo largo de los siguientes milenios.

En el Ecuador solían ser comunes los canguiles de color amarillo, blanco y rojo, pudiendo aparecer amarillo-pálidos y rosados por cruce entre los anteriores. El grano podía ir desde casi completamente redondo, hasta muy puntiagudo, como garra de animal (aparentemente estos últimos serían los más antiguos).

Esta diversidad fue desplazada por variedades comerciales de canguil amarillo, que presentan la ventaja de tener un reventado más uniforme, donde casi todos los granos se transforman en canguil. Los canguiles nativos siempre dejan un porcentaje de granos sin reventar, endurecidos, en el fondo de la olla. Pero tienen por otro lado ventajas importantes: una mayor diversidad genética, adaptaciones a condiciones locales, un sabor más completo, y una mayor resistencia a condiciones adversas, plagas y enfermedades. Las variedades nativas están actualmente en peligro de extinción.

Suave

También llamado harinoso, es el más importante de los maíces en la alimentación humana. Al parecer es el resultado de trabajos de selección a partir del canguil, desarrollados en la región andina. Dos focos han sido identificados hasta el momento, sin que se pueda definir si son interdependientes o independientes: la costa ecuatoriana y el altiplano boliviano. La creación del maíz suave fue fundamental en la adopción del maíz como planta principal de cultivo por parte de las culturas americanas, dada su versatilidad como alimento.

El maíz suave es de grano grande y harinoso. Para reconocerlo, basta con morder un grano seco: si es de variedad suave, se partirá con facilidad. En los otros tipos de maíz, lo que se parte es el diente de experimentador. Produce granos blandos que se pueden cocinar tiernos (choclo), semi tiernos (cau), en mote con grano semi tierno (choclomote), en mote, en mote molido, germinados y luego molidos (chicha de jora), secos y tostados, secos y molidos en harina. (En los Andes llamamos mote al nixtamal, el maíz cocinado por largo tiempo en presencia de ceniza o cal).

Son en general maíces tardíos, es decir, demoran más tiempo en madurar. Y son marcadamente más exigentes que otros tipos de maíz: requieren suelos suaves y muy fértiles y cantidades adecuadas de humedad en los momentos críticos de su desarrollo. Son más sensibles al ataque de plagas y enfermedades, así como a las variaciones climáticas. Se cultivan principalmente en los valles interandinos, donde se encuentran decenas de variedades emblemáticas, por ejemplo: Jatunzara (mazorca grande, grano amarillo suave, cultivado a más de 3.200 msnm), Chillo (similar al anterior, granos más redondos, cultivado en valles interandinos), Puka (granos rojos con vetas negras), Gallo (granos amarillos con “cresta” roja), Negros (algunas variedades, que van desde el morado oscuro y brillante hasta el negro mate). En la Costa y Amazonía están representados por unas pocas variedades, de las cuales las más conocidas son el Cubano y el Blanco.

En base a investigaciones realizadas con fitolitos en la costa ecuatoriana, Deborah Pearsall ha construido un modelo de la posible expansión del maíz en lo que hoy es Ecuador, procedente de México por vía terrestre, que está ganando aceptación en la comunidad científica. El maíz, duro o canguil, habría llegado a los valles costeños en la zona sur del país, donde los restos más antiguos de su presencia tienen unos 4.500 años. Allí se habría producido la selección genética que llevaría a la creación del maíz suave, del cual se han identificado en Real Alto (provincia de Guayas) los restos más antiguos en América del Sur: 4.300 años. En contraste, los restos más antiguos (aún por confirmar) de maíz suave en México se ubican alrededor de 3.200 años. Posiblemente llegaron a Mesoamérica procedentes de la región andina por vía marítima: hay suficientes pruebas del comercio que los balseros Manteños mantenían con la costa pacífica de México, y no se descarta que ese contacto ya existiera en tiempos de la cultura Machalilla (3.800 a 3.500 antes del presente), aunque aún no se han encontrado pruebas de ello.

 

Mishca

Dentro de los maíces suaves, hace categoría aparte en la clasificación campesina el mishca: se trata de variedades de maduración más rápida y de grano más suave y dulzón. Sus usos son similares a los del maíz suave. Se cultiva en la región interandina.

 

Chulpi

Otra sub categoría bien diferenciada del maíz suave es el chulpi: un maíz de mazorca y grano pequeños, particularmente suaves cuando se tuestan. Consumido tierno es más dulce que el maíz suave, pero tiene una consistencia pastosa y pegajosa no muy apreciada. De preferencia se lo consume seco y tostado, ya que de esta forma es más blando y sabroso que el tostado hecho con el maíz suave o con el mishca. Los granos tienden a ser delgados y alargados. Las variedades peruanas de chulpi son de grano más largo, delgado y plano, y son aún más suaves que las ecuatorianas. Se cultiva en la región interandina.

 

Morocho

Se trata de un maíz muy duro. Surgió probablemente cuando los campesinos realizaron selección genética buscando granos más grandes a partir del canguil. No tiene el interior blando de los reventones, por lo que no “explota” al calentarse. Sus granos presentan un tinte perlado o vidriado característico, debido a la cristalización de la capa externa. Sus colores van del amarillo al blanco perlado, siendo las variedades amarillas las más duras y las blancas las más apreciadas en la alimentación humana. Soporta bastante bien el frío, aunque también hay variedades de clima caliente. Es muy rústico, es decir, soporta mucho mejor que el suave la falta de riego, los suelos pobres, los cambios climáticos y el ataque de plagas y enfermedades. Además, es de crecimiento más rápido.

En Ecuador, la tradición alimentaria dice que el morocho es uno de los alimentos indispensables para que niños y niñas crezcan fuertes y saludables. Se come en choclo, en chuchuca (grano cocido y deshidratado al sol) y seco, molido. Aunque se puede hacer harina fina, lo más común es molerlo en harina gruesa, para luego cocinarlo. Se cultiva en la zona interandina y en la costa.

Morochillo

El morochillo, muy parecido al morocho pero de tuza más delgada y grano más pequeño, es más duro y se usa exclusivamente en la alimentación animal, en especial de las aves de corral. Se cultiva en todas las regiones.

 

Duro

Los maíces duros son los más comunes en las zonas tropicales de América, y en Ecuador se cultivan en los valles tropicales y subtropicales de costa y Amazonía. Algunos son ligeramente blandos y se pueden tostar, otros son tan duros como el morocho, del que se diferencian por no presentar su capa exterior cristalizada. Suelen ser de color amarillo, aunque el blanco, el rojo, y el amarillo con vetas rojas eran comunes en el pasado.

Un ejemplo notable de maíz duro es el tusilla, de mazorca delgada y flexible, que gusta de tierra no muy fértil y poca humedad. Presenta una gran oportunidad en las tierras secas y degradadas de Manabí, Guayas y Loja. 

Los maíces duros se consumen cuando están tiernos. Una vez secos, sirven como alimento para animales.

 

Otras Clasificaciones

En los años cuarenta los investigadores Anderson y Cutler realizaron una clasificación cuantitativa de las variedades de maíz en América. Para ello midieron con exactitud algunas de las variantes que hemos mencionado en los párrafos anteriores. De esta manera definieron la existencia de 300 razas americanas de maíz. Este esquema ha sido calificado como “subjetivo” por otros investigadores y no es ampliamente aceptado. Lo que si se logró definir con el trabajo de estos investigadores, es que la tarea de clasificar al maíz es difícil debido al alto porcentaje de cruces que existen. Hay por ejemplo variedades que son claramente duro-harinosas, ¿dónde deben clasificarse?

Otros dos esquemas son de interés para nuestra situación. Ambos son citados por Eduardo Estrella:

El historiador Juan de Velasco realizó una clasificación muy básica a finales del siglo dieciocho, que refleja la información manejada por la población mestiza urbana del Ecuador de entonces:

 

Nombre Cartacterísticas
Amarillo Grande, blando.
Blanco Grande, largo, delicado.
Canguil Chico, algo duro, puntiagudo.
Carapali Mediano, blanco, con punta aguda y roja.
Chulpi Blanco mediano, chupado, muy tierno y gustoso.
Negro Grueso, grande, un tanto duro, blando.
Tumbaque Grueso, chato, pardo, blando.
Morocho Pequeño, medio amarillo, durísimo,
no apropiado para alimentación.

 

Este esquema es evidentemente simplista, y refleja los conocimientos limitados de Velasco, en una época en la que las comunicaciones eran muy difíciles y la separación cultural entre las élites urbanas y los campesinos era muy marcada. Es evidente que el maíz que Velasco llama morocho es el actual morochillo. 

Otro esquema, basado en la comparación botánica con clasificaciones de otros países, es el que presentó el investigador norteamericano David Timothy en 1973 :

 

Razas de tierras altas Razas de tierras bajas
Sabanero ecuatoriano Cónico dentado
Mishca Uchima
Kcello ecuatoriano Clavito
Chillo Tusilla
Chulpi ecuatoriano Gallina
Huandango Candela
Canguil Chococeño ecuatoriano

 

La clasificación campesina a la que hemos dado relieve en este artículo nos parece la más apropiada para el manejo del maíz en el Ecuador. No están presentes dos de los tipos que se suelen reconocer en EE.UU.: el dentado y el dulce, porque no se siembran ni usan tradicionalmente en el país. Y las categorías de morochillo, mishca y chulpi, no son reconocidas a su vez fuera del área andina. Pero esta clasificación es la que corresponde más adecuadamente a nuestra cultura.

La paleta del maíz: ¿Por qué tantos colores?

La verdad es que la alocada diversidad genética del maíz continúa desafiando los esquemas rígidos de clasificación que hoy por hoy utiliza la botánica. El maíz tiene una capacidad de mutación y cruce realmente impresionante.

Todas las plantas se encuentran en algún lugar de una escala que va desde las que prácticamente no necesitan cruzarse con otro individuo para reproducirse, hasta las que no pueden subsistir si no lo hacen. Para poner un ejemplo cercano, el frijol es una planta que puede cruzarse, y de hecho atrae activamente a sus polinizadores (abejas, abejorros), pero en su mayoría se auto poliniza el día anterior a la primera abertura de la flor. Esto significa que, al abrirse, la flor da polen pero ya no lo recibe (autogamia). El maíz se ubica en el otro extremo de la escala. Necesita tanto del cruzamiento, que se recomienda recoger semillas de al menos unas 150 plantas para mantener el nivel de diversidad genética necesario. Si realizamos un cultivo con menos plantas, digamos con 30, y sembramos al año siguiente semillas solo de esas plantas, y continuamos de la misma manera al siguiente, al cabo de pocos años el maíz dejará de producir. Se quedará chiquito, será atacado por más plagas y enfermedades. Este fenómeno se conoce como “depresión genética” y es particularmente fuerte en el caso del maíz.

¿Cómo enfrentan este problema nuestros campesinos? A pesar de lo mucho que hemos perdido de una de las culturas agrícolas más evolucionadas del planeta, aún quedan técnicas tradicionales que responden a esta problemática. En el nivel más básico, los campesinos intercambian semillas antes de cada siembra. Traen por ejemplo un saquillo de semillas de algún vecino, de la misma variedad que cultivan, y siembran esa semilla mezclada con la propia. O buscan alguna semilla de variedad diferente pero similar, de algún productor del mismo valle o de un valle aledaño, y siembran una hilera de esa nueva variedad cada diez hileras de su propia semilla. O cada cinco hileras. O cada quince. Las variaciones en la técnica dependen de las tradiciones recibidas de sus abuelos, pero también de la observación personal y la curiosidad que sienten por experimentar.

El maíz es una planta que se poliniza con el viento. El polen se forma en la flor masculina, aquel vistoso penacho que corona la planta. Los días de polen fértil, el aire en el maizal se llena de ese polvo dorado, que vuela ligero hacia donde lo lleve el viento. De esa abundancia, tan solo algunos granos encontrarán los pelillos receptivos de la flor femenina, que salen de entre las hojas cerradas de la futura mazorca, situados en los acodos entre el tallo y las hojas. Las plantas que reciben polen de un mayor número de plantas distintas, suelen dar mejores semillas; por ello las plantas del centro del maizal suelen ser las mejores reproductoras. Hoy esta tradición se está perdiendo.

En los últimos años algunos investigadores han empezado a reconocer lo evidente: en las regiones de origen del maíz, como el Ecuador, no se puede hablar en realidad de variedades “puras”. El concepto occidental de pureza genética – que mentalmente nos suena a limpieza y automáticamente convierte a la diversidad genética en algo “sucio” – no se aplica a la inmensa mayoría de seres vivos del planeta, ni a las plantas de cultivo en sus regiones de origen. La naturaleza aborrece toda “eugenesia” vegetal, favoreciendo la diversidad genética como única garantía de evolución; y la cultura campesina ha aprendido esta lección. Durante miles de años, los creadores del maíz y sus herederos han mantenido campos de cultivo diversificados, muy cercanos unos con otros, con un flujo continuo de polen y material genético entre variedades.

La selección genética del maíz se da en dos momentos fundamentales. El primero es la siembra: al decidir que variedades mezclar o no mezclar, el campesino realiza una labor experimental, una apuesta genética. No controla los factores: ni siquiera puede decidir qué genes traerá el viento desde los maizales de sus vecinos. Simplemente propone una mezcla genética a la naturaleza y se sienta a esperar los resultados pacientemente. A veces, pueden ser un tanto decepcionantes. A veces, pueden ser extraordinarios. Pero en general, serán lo suficientemente buenos.

Tras la cosecha del maíz viene el desgrane, el segundo momento de selección genética. Sentadas en el zaguán, o en una habitación de la casa que se dedica a esta labor, o en el patio, las mujeres, con la ayuda de los hombres – en Cotacachi, en Macará, en Calceta, en Suscal, o en cualquier otro lugar de la geografía campesina- participan del mismo ritual. Van recogiendo las mazorcas una por una. Separan las que más les gustan. Separan también las más raras. A veces, encuentran mazorcas con deformaciones, por ejemplo con dos puntas, o con un único grano de color diferente: estas son señales de que el cultivo se está uniformizando y es momento de realizar cruces.

Las mazorcas elegidas para semilla se desgranan así: los granos deformes de ambos extremos se separan y se destinan a otros usos. Solo se sembrarán las semillas regulares y sanas del centro de la mazorca.

¿Qué criterios guían la selección? La respuesta a esta pregunta no es sencilla. No hay reglas inquebrantables. Para un observador externo, podría parecer como si solo fuese el gusto personal. Puede darse que una persona elija una mazorca que fue rechazada por otra. En realidad están en juego recuerdos de recomendaciones heredadas, junto a un análisis de cómo fue el año de cultivo, y un nivel de intuición personal difícil de comprender, fruto de largos años de relación con el maíz y con la tierra.

A menudo se siembran variedades distintas de maíz en la misma parcela. Inevitablemente, estas se mezclan, produciendo híbridos que pueden mostrar una mayor productividad, lo que se conoce en genética como “vigor híbrido”. Pero los campesinos no buscan esa hibridación y aumento de productividad como fin último: es apenas una de las técnicas de cultivo manejadas y, a la estación siguiente, la semilla seleccionada será la más parecida a la ancestral, dando la espalda a la hibridación. El conjunto de técnicas tradicionales de selección y de siembra está orientado a mantener una alta diversidad genética. Esta diversidad asegura el vigor y la salud del cultivo a largo plazo; es decir, asegura la sostenibilidad del cultivo. La búsqueda de uniformidad y aumento de productividad a corto plazo suele ser contraria a esa sostenibilidad, pues el cultivo así tratado pierde diversidad genética, lo que se traduce en menos capacidad de adaptación y evolución, sabor inferior, menor calidad nutricional y mayor debilidad frente a las cambiantes condiciones del entorno.

Esta es la forma y la razón por la que se creó, y se ha mantenido, la enorme diversidad de variedades de maíz que hemos heredado. Esa riqueza genética de la cual depende nuestro futuro.

 

La lucha contra el maíz monocromático: perspectivas para las variedades campesinas

Las alianzas entre laboratorios y empresas multinacionales han orientado la creación de nuevas variedades hacia un solo fin: máxima productividad, en monocultivo, con asistencia de agroquímicos, maquinaria y riego controlado. Las variedades resultantes, semillas denominadas “mejoradas”, híbridos comerciales y variedades genéticamente modificadas, cubren millones de hectáreas en el mundo, y proporcionan réditos astronómicos a las empresas productoras de agroquímicos, sin los cuales estas plantas atrofiadas no pueden subsistir. Su huella es profunda: desertificación, salinización, muerte de suelos por toxicidad, contaminación de fuentes de agua, enfermedades hormonales, gastrointestinales y alergias, destrucción masiva de hábitats, extinción de especies.

En el Ecuador, la mayoría de las variedades ancestrales del maíz han desaparecido ya. Y de las que quedan, muchas están en peligro de extinción. El manto monocromático del maíz industrial, un maíz desmejorado desde el punto de vista agrario, ambiental y nutricional, va cubriendo nuestra nación.

En los últimos años, varias luces de esperanza han aflorado, gracias al trabajo dedicado de redes, organizaciones campesinas y grupos de consumidores. El movimiento de consumo orgánico y agroecológico, que crece exponencialmente en el mundo, representa un mercado ideal para las variedades campesinas, posibilitando mejores oportunidades de ganancia para los pequeños y medianos productores. El consumidor sensibilizado busca productos frescos que tengan buen sabor, libres de venenos, producidos de manera sostenible, que respeten el ambiente y comercializados con justicia social. Solo las variedades campesinas pueden responder a esta demanda.

Que el maíz de variedades campesinas tenga mejor sabor que el industrial no debe asombrarnos. El mismo fenómeno se da en todas las plantas de cultivo. La razón es que las semillas industriales sacrifican muchas características genéticas importantes para lograr una uniformidad que permita, entre otras cosas, altos rendimientos asociados a los abonos químicos, cosecha uniforme en tamaño y en día de recolección, dureza que facilite su manipulación violenta, resistencia a la descomposición que podría causar su transporte a largas distancias. Estas características son contrarias a las que interesan al consumidor. Los maíces campesinos reaccionan muy bien a las técnicas agroecológicas, mientras que las variedades industriales no pueden subsistir sin productos químicos.

¿Cuál es el potencial económico del maíz campesino? En el mes de octubre 2008, durante un taller con productores de varias comunidades de Paletillas, Zapotillo, Macará y Alamor (provincia de Loja), se realizó un levantamiento de datos de producción comparativos entre el cultivo convencional de maíz híbrido industrial, y el cultivo agroecológico con maíz de variedad campesina. Los resultados fueron sorprendentes, incluso para los productores participantes.

En el sur de Loja, donde la sequedad del clima y el alto estado de erosión del suelo no permiten más de una cosecha al año, la mayor parte de los pequeños productores sembraban maíz industrial de variedad Brasilia. Este maíz se siembra en monocultivo, usando químicos altamente tóxicos. Se vendía luego a la misma empresa proveedora de la semilla, que lo convertía en balanceado para aves. Dicha empresa controlaba la mayor parte del mercado del maíz en Loja, y no compraba maíz que no haya sido producido con la semilla que vendía a través de tiendas asociadas. Los productores tenían pues una relación de profunda dependencia hacia esta empresa.

El costo de producción era de $1.017 por hectárea. El precio de un quintal en el mercado fluctuó en el 2008 entre $10 y $12 el quintal. La producción, según los campesinos, era de 100 quintales por hectárea en promedio. Al vender a $10 el quintal, los productores perderían $17 por hectárea; si lograban vender a $12, obtendrían $183 por hectárea al año, quizá lo suficiente para pagar deudas y sobrevivir. Para lograr los $3600 de ganancia al año que señalaron como objetivo promedio, deberían sembrar 19,6 hectáreas de monocultivo destructor por familia, y no sufrir imprevistos negativos.

El maíz campesino, que en el caso analizado fue la variedad Manabí Antiguo, permite cosechas más modestas: un promedio de 66 quintales por hectárea. Pero los gastos de producción eran de apenas $541 por hectárea. Es más valorado, y se usa tanto en la alimentación humana como en la preparación de pienso para animales. Vendiendo al mismo precio que el maíz convencional, vemos que la ganancia iba de $119 a $251 por hectárea/año, claramente superior al cultivo convencional. Pero estamos olvidando algo importante: el cultivo tradicional agroecológico del maíz suele combinar, en esta zona, el frijol o la zarandaja y el zapallo. La venta de estos dos productos arrojaba otros $400 por hectárea, llegando a una ganancia conjunta de $651 por hectárea / año. Para llegar a los $300 por mes que tenían como objetivo, las familias campesinas del sur de Loja necesitaban sembrar 5,5 hectáreas de policultivo agroecológico al año. Este policultivo mejora el suelo, el agua, la biodiversidad y la salud humana.

En otras zonas del país esto puede variar, pero en muchos casos encontraremos datos similares.

¿Por qué entonces no prefieren los pequeños y medianos productores el cultivo tradicional con variedades campesinas? La respuesta es simple: salida al mercado. Mientras sean los intermediarios quienes controlen el circuito comercial, serán ellos quienes decidan qué se siembra y en donde; y apenas un 1% a 10% del valor que pagamos los consumidores por el producto llegará a manos del productor. Por ello la conclusión de cada taller donde los campesinos y campesinas discuten estos temas, es la necesidad de asociarse y buscar juntos oportunidades de mercado: acceso a consumidores que deseen comer sano y delicioso, a la vez que apoyan a la economía campesina.

En realidad, somos todos y todas quienes tenemos la responsabilidad de preservar el enorme patrimonio genético y cultural que hemos heredado. Cada vez que realizamos una compra, estamos ejerciendo un voto político e histórico, a favor de una forma de desarrollo u otra: a favor de una economía extractivista y monocromática de grandes capitales externos, o de una colorida economía local de escala familiar y comunitaria. El arcoiris del maíz solo podrá sobrevivir si nuestras manos lo sostienen.

 

 

Bibliografía

  • Cantero, P. (Ed.). (2009). Zara Llacta: El libro del maíz. Ministerio de Cultura y Patrimonio.
  • Carrera, J. (2008). Memorias del Primer Taller de Manejo Campesino del Maíz. COSV.
  • Estrella, E. (1998). El pan de América: Etnohistoria de los alimentos aborígenes en el Ecuador (3.ª ed.). FUNDACYT.
  • Piperno, D. R. (2011). The Origins of Plant Cultivation and Domestication in the New World Tropics: Patterns, Process, and New Developments. Current Anthropology, 52(S4), S453-S470. https://doi.org/10.1086/659998
  • Timothy, D. H. (1963). Races of maize in Ecuador. National Academy of Sciences.
Javier Carrera es el fundador de la Red de Guardianes de Semillas (www.redsemillas.org), donde ejerce como Coordinador Social.
Javier Carrera

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